Por: Sebastián Corti
Todo empezó con los gritos. En ese momento, no aguanté más. Y me decidí a escribir esta nota de denuncia. Los gritos los escuché el sábado pasado, casualmente cuando marcan Pedro y Messi los goles en Wembley. Eran unos gritos desbordados, desencajados, propios de una barriada de Barcelona y no de la Condesa. En ese momento me harté. Me cagaron. Un mexicano no puede proferir semejante grito al ver un partido de equipos europeos. En ese momento le juré la guerra a los Villamelones.
Hace un poco más de un mes, el editor de este blog organizó una comida para ver la final de la Copa del Rey, en la Cervecería frente a Plaza Cibeles, centro neurálgico de Villamelonland. El 90% de los asistentes tenía camisetas del Madrid o del Barsa. Y yo me preguntaba: de dónde viene ese amor? de dónde viene esa pasión? cuáles son las razones de esas lágrimas? Por qué no hay gente con esa pasión por el Levante, Betis o el Zaragoza? Por qué horas después del partido, en Facebook, gente a la que ni sabía que le gustaba el futbol declaraba su amor u odio por merengues y culés?
Pues todas esas preguntas tienen respuestas en la infame forma de ser del Villamelón. Un individuos que participan de los deportes ( y de la vida en general) con una actitud muy baja: con la actitud de los que siempre están del lado de los exitosos.
El Villamelón probó las mieles del Madrid con el sólido equipo donde jugaba Hugo Sanchez. Se emocionó con los Chicago Bulls de los 90. Se levantó temprano para seguir la racha de Schumacher en Ferrari, a principios del 2000. Soñó con el Cruz Azul y su hombrada en la Libertadores. Juró su amor por los New England Patriots porque ganaban con un QB muy guapo que se planchó a varias top models.
También fue a la Plaza Cibeles el mundial pasado porque su bisabuela había nacido en un pueblo de España del que no se acuerda muy bien el nombre. Y entre sus últimas actividades fue ir al concierto de U2 y subir a su Facebook una foto de la garra porque está de no mames. Incluso lo vieron hace 15 días en Martí pagar fortunas por la camiseta de Pumas y una de Lebron James del Miami Heat.
Si te gusta el fútbol, ¿qué puede ser mejor que ver una final de la Champions sin una predilección previa por un equipo? Así disfrutarás de un caño de Messi, un enganche de Rooney, una tapada de Van der Sar o una asistencia de Xavi. Deja la lágrimas para cosas más importantes y cercanas. Y si eres de emociones a flor de piel, resérvalas para tu equipo de liga o tu Selección. O elige un equipo del país que sea y mantente fiel a él. No recuerdo haber visto jerseys del Barsa en la época de Saviola, Riquelme y Van Gaal, donde como mucho llegaban competir por el segundo puesto con el Valencia.
El fútbol es una pasión demasiado grande y noble para que esté infectada por estos personajes. Si ves alguno cerca, denúncialo. Si le tienes alguna clase de afecto, dale un consejo: que se consiga una personalidad, al fin de cuentas, éstas son gratis.