Por: Marco D.
Cada que ocurre un episodio como el del Estadio Jalisco, nos
preguntamos si acaso hace falta que una persona pierda la vida para que los
dueños de los equipos y las autoridades correspondientes tomen medidas
serias y efectivas con las cuales erradicar, de una vez por todas, la violencia
en los estadios del futbol mexicano. Un niño ahogado, pues, para tapar un pozo
que, muchos dan por hecho, se cavó en
Pachuca con la creación de las primeras “barras” de corte sudamericano.
Lo cierto es que la violencia en los estadios del futbol
mexicano existe desde mucho antes que se formara la “Ultra Tuza” o cualquier
otra barra que se nos ocurra, y que a lo largo de ese tiempo se ha cobrado cientos
de víctimas, muchas de ellas mortales.
El primer acto de violencia dentro de un estadio sucedió en el desaparecido Parque Asturias en 1936, durante un partido
en el que el equipo local y Necaxa definían al campeón de la temporada. Según
las crónicas de la época, una decisión arbitral a favor del Asturias desató la furia de un grupo de necaxistas que le
prendieron fuego a la tribuna de sol. Las llamas consumieron toda esa zona en menos de veinte minutos,
y si todos los aficionados salieron con vida fue gracias a que la estructura del estadio era un
esqueleto de madera de poca altura desde la cual era muy fácil descolgarse
hacia la calle. Por cierto, no hubo consignados.
Tampoco los hubo el 26 de Mayo de 1985. Ese día once
personas que asistieron a la final de vuelta entre Pumas y América en el
Estadio Olímpico de CU, murieron asfixiadas en el túnel 29 cuando miles de
fanáticos sin boleto intentaron ingresar por la fuerza- entiéndase de forma
violenta, al estadio. Varias de las víctimas eran niños menores de doce años.
Pocos días antes de aquella tragedia, el estadio Coruco Díaz
de Zacatepec vivió una batalla campal que debió haber encendido focos amarillos
entre los dirigentes de la primera división, cosa que por supuesto no sucedió.
Fue durante el partido en el que Necaxa mandó a la segunda
división al cuadro local, cuando cientos de seguidores “cañeros”, ahogados en
aguardiente y armados con palos y piedras, invadieron la cancha para reventar a
golpes a los futbolistas de ambos equipos. Afortunadamente éstos lograron
refugiarse en el vestidor, donde estuvieron encerrados seis horas antes de ser
rescatados por la policía municipal. El
estadio, mientras tanto, fue objeto de todo tipo de destrozos; las porterías
arrancadas, varios autos en las cercanías del estadio reducidos a chatarra, y
ningún responsable que pagara por ello.
Treinta años más tarde, y en una época donde existe tecnología
capaz de vigilar un alfiler dentro de un estadio con cien mil espectadores, la
violencia en el futbol mexicano no ha logrado ser controlada. Lejos aún, empeora
cada vez más.
En los últimos seis torneos de Liga y Copa hemos sido testigos de peleas multitudinarias
y salvajes en las inmediaciones del Estadio Neza 86, el Volcán de Tigres, el
Azteca, el Sergio León Chávez de Irapuato, el Azul de la colonia Nochebuena y el Olímpico de Ciudad Universitaria. También en las gradas del Tec de
Monterrey, el Alfonso Lastras de San Luis, el Cuauhtémoc poblano y el Estadio
Jalisco.
A esto hay que añadir los destrozos a los asientos del Estadio
Hidalgo ocasionados por gente con la camiseta de Pumas, las pedradas con que en
cualquier plaza se recibe a los camiones que transportan a la afición visitante
y el pago de suelo que muchos comerciantes tienen que hacer a los líderes de
las barras para que sus locales sean respetados. Tampoco podemos olvidar la invasión a la
cancha del estadio Azul por parte de una barra cementera, y lo más lamentable
de todo- el asesinato de un joven americanista en un paraje de la carretera
México-Querétaro tras una riña entre aficionados de Gallos Blancos y América.
Todos estos hechos arrojaron cientos de detenidos, pero
solamente el presunto agresor del aficionado americanista más cinco barbajanes
que participaron en la golpiza a policías municipales en el Jalisco podrían recibir una condena en prisión. Los demás pasaron si acaso doce horas en un
separo y ocho días después estaban de regreso en el estadio. Más barato,
imposible.
Así pues podemos concluir que la enfermedad que produce la
violencia en el futbol mexicano no son las barras, pues grupos de
inadaptados que encuentran en un estadio el lugar perfecto para desahogar
sus frustraciones los hay desde mucho antes que se pusiera de moda quitarse la
camiseta y adoptar ridículos cánticos argentinos.
La verdadera enfermedad es la
impunidad.
Y visto de esa forma, más que preguntarnos cuánto tiempo pasará antes que haya un muerto en un estadio debería sorprendernos que en todos estos años se hayan dado tan pocos.
3 comentarios:
Es cierto, he asistido a varios estadios de México y he podido comprobar que en todos existen individuos frustrados que quieren resolver su problema agrediendo a cualquier persona que no simpatice con sus colores. Y no solamente en la sección destinada a las barras, sino en cualquier zona e incluso fuera del estadio. En mi opinión, creo que una posible solución (entre muchas), es concientizar, a la afición acerca del daño que producen al deporte más hermoso del planeta.
Es lamentable que incluso hasta algunos responsables del sonido local (caso de Pachuca y Aguascalientes), traten de silenciar a aficionados visitantes, en lugar de mandar mensajes de no a la violencia al espectador en general. Existen varias propuestas, expongan la propia.
Querido Editor, un culpable más de todo esto son algunos de los patrocinadores, principalmente el alcohol, la venta de éste en los estadios debería de estar más controlada o en definitiva desaparecer, más porque los mexicanos no sabemos tomar, no nos tomamos para convivir sino tomamos las necesarias para empedar. Lovu.
Creo que si bien es cierto que violencia hubo en las sociedades en los ultimo años se ha acrecentado mucho mas. Si alguno logra conseguir pasajes con Lan Argentina a otro país, se va a dar cuenta las diferencias que hay a la hora de ver el futbol
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