3 may 2012

Por qué le voy a (Xolos)

Por: Daniel Vergés


Corría el mes de septiembre de 1999, nos acercábamos al fatídico “Y2K”, todos los hombres (adolescentes, pubertos y adultos) fantaseábamos con Britney Spears vestida de Colegiala en el video “Baby One More Time” y yo entrenaba arduamente con el equipo de la Ibero Tijuana para los Inter UIAs, la competencia deportiva anual de la Ibero, que ese año se celebraría en Torreón. El futbol había llegado a mi vida por casualidad, jugaba como Safety en el equipo de futbol americano de mi escuela y un día, al ir a ver un partido de futbol de mi escuela, en el que el equipo no se completaba, me puse los guantes, y en una tarde mágica bajo el arco decidí que el futbol sería uno de los motores de mi vida. 
En los entrenamientos conocí a Freddy, un mediocre futbolista, pero amo de la fiesta y la mota, con quien hice buenas migas y me invitó una tarde a ver el partido del Nacional Tijuana en el Estadio del Cerro Colorado. Para quien conozca Tijuana, sabrá que, en esas épocas, el trasladarse desde Playas de Tijuana al Cerro Colorado era una odisea de proporciones bíblicas, un trayecto de aproximadamente 50 minutos el cual, al culminar nos presentaba una panorámica deplorable de lo que es el futbol: Un estadio de beisbol “adaptado” para la práctica del más bello de los deportes, unas gradas de cemento pobladas por cuando mucho 300 personas, de las cuales, 15 eran conformadas por la gloriosa y legendaria “Masacre Nacional” la porra o barra, como quiera Usted llamarle del Nacional Tijuana, equipo filial en aquellos tiempos del Guadalajara. 

Aquella primera experiencia en el Estadio del Cerro Colorado fue tan sutil, tan sublime y tan inolvidable como los eventos que nos marcan en la vida: El primer beso, perder la virginidad, o aquel golazo que uno marcó en el barrio y que lo hace sentir a uno tan hábil y tan especial como Rivaldo, Ronaldo o como el mismísimo Zidane. Canté, grité, insulté al árbitro y a los jugadores del equipo rival, todo durante noventa minutos, y al terminar el partido, sabía que nada sería igual. 

Aquella primera odisea se convirtió, durante los siguientes años en una forma de vida: viajar en una panel escuchando a Mano Negra, beber cahuamas y fumar hierba antes de iniciar el partido, cual lo hacen ahora los jóvenes barristas de la “Rebel” la “Monu” la “51” o la porra o barra que Usted me diga. A este servidor, el futbol, ese Nacional Tijuana le regaló algunos de los recuerdos más gratos en la vida y a algunos de los mejores amigos que jamás alguien podrá encontrar. 

Tijuana nunca fue una plaza futbolera, cuestión por la cual, el Nacional Tijuana desapareció, le siguieron el Tijuana Stars, los Trotamundos y un largo periodo sin futbol profesional. Dicho periodo coincidió con la época dorada del Atlas de Guadalajara, equipo del que mi padre siempre fue seguidor. Algunos de los mejores recuerdos que tengo con respecto a la convivencia con mi padre datan de aquellos tiempos: Sentarnos los sábados por la noche a ver los juegos del Atlas como local. Al ver la emoción que sentía mi padre durante los 90 minutos, no me quedó otra opción que, en mi búsqueda por un equipo “de primera” al cual apoyar, tener un sentimiento de empatía con mi padre y apoyar al Atlas. 

De la mano del Grupo Caliente, el futbol regresó a Tijuana allá por el año 2006, improvisando una deplorable unidad deportiva en un remedo de estadio de futbol profesional. Con el regreso del futbol profesional a mi querida ciudad, regresé yo a las gradas, a apoyar al equipo de casa, a proferir insultos a diestra y siniestra a los árbitros, y a pasar mis domingos por la tarde disfrutando de mi gran pasión: El Futbol. Por la ciudad pasaron filiales de los Dorados de Culiacán, del Querétaro y finalmente llegaron, de la mano del Grupo Caliente, primero el Club Tijuana y después los Xoloitzcuintles. 

La vida me presentó la oportunidad de estudiar una maestría en el Distrito Federal, por lo que, esta vez el equipo de mi ciudad no se iba, el que partía era yo, aunque gracias a la magia de la televisión por cable seguía los partidos de la Liga de Ascenso. Así, a la distancia, me tocó presenciar la inauguración de 
nuestro estadio, específico para la práctica del deporte más hermoso del mundo, así como perder una final en la división de ascenso ante Yucatán. 

Una vez concluidos mis estudios de posgrado regresé a mi amada Tijuana, donde las cosas, futbolísticamente hablando, comenzaban a cambiar. En nuestro nuevo estadio se veía cada vez más afición, que si bien, en su gran mayoría no sabían, o siguen sin saber de futbol, apoyaban al equipo en la Liga de Ascenso y cada vez el equipo y la plaza pintaban más para aspirar a la primera división. Nuevamente tenía una cita cada quince días en el estadio, ya no con la porra, sino con mi padre para apoyar al equipo con sede en Tijuana. 

El año 2011 marcó muchos cambios, no solo para el equipo, sino para mí también. Ganamos el Clausura 2010, perdimos el Apertura 2011 y vencimos, en una final cargada de emociones al Irapuato para por fin obtener el boleto a primera división. Ya para ese entonces, se notaba un punto de identidad entre los aficionados, y es que Tijuana es mágica, es una ciudad de inmigrantes que llegan buscando una vida mejor que la que se puede encontrar en el resto del país, situación por la cual es difícil encontrar gente oriunda de la Ciudad, y con ello, un sentido de pertenencia a la misma. Muchos sinaloenses, sonorenses, chilangos, poblanos y personas de todas partes de la República encontraban un punto en común en el futbol, un sentido de pertenencia que “los Xolos” le daban a la Ciudad. 

La vida me volvió a llevar al Distrito Federal, solamente pude presenciar el debut de los Xolos en Primera División, con derrota ante Morelia, ya que una semana después viajaba al Distrito Federal junto con mi esposa por virtud de una buena oportunidad de trabajo, pero la semilla, que se había plantado, no en 1999 con el Nacional, ni en 2006 con los Xolos, había germinado en mí, el sentido de tener a un equipo en mi ciudad me había hecho sentir ese fuego que se siente en el vientre cuando el equipo al que uno ama juega y que solo quienes amamos el futbol y entendemos el significado de la palabra pasión podemos comprender. 

Hoy estoy casado, vivo en el Distrito Federal y aprovecho cada oportunidad que tengo para ver jugar a los Xolos, ya sea en Tijuana o de visita. Ese sentimiento llamado pasión, ese que busqué alguna vez en el Atlas, en la Selección Mexicana y que nunca había encontrado se encontraba dentro de mí. 

Hace un mes aproximadamente viajé a Tijuana a ver a mis padres, aprovechando para ir a ver el partido Xolos Vs. Atlas, dónde el equipo de Tijuana ganó dos a cero y aseguró la permanencia en la Primera División. Esa tarde diez años después, sentado en la grada del Estadio Caliente junto a mi padre me di cuenta que ambos, que pasábamos nuestros sábados viendo los juegos del Atlas apoyábamos de todo corazón a los rojinegros, sí, a los rojinegros de Tijuana, a los Xoloitzcuintles de Tijuana. 

Por eso le voy a Xolos. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Te entiendo carnal... solamente puede uno aguantar ver esos partidos del ascenso si está bien pacheco y por lo menos medio pedo

Anónimo dijo...

Yo no le voy al Atlas, pero como tú, le agradezco con el alma los recuerdos de verlo los sábados por la noche junto con mi padre, la casa ya en silencio.

Capi dijo...

Hola, soy Daniel Vergés, el autor, solo le quiero dar las gracias a Queridos Futbolistas por publicar mi relato, espero que me dejen participar nuevamente!

Juan Manuel Trejo dijo...

Yo viviendo en el df nunca me identifique con América ni con pumas ni con el azul, pero las chivas conquistaron mi corazón :) supongo que. .. Así pasa! :)