ANDRÉS, PRÉSTANOS TU BOMBITA

Le pusieron un baile a Argentina en el Mundial pasado. Le pusieron un baile a Italia en el antepasado. Y cómo olvidarlo, a Alemania en el 86 y 98. Brasil también ha sido nuestra pareja en varias pistas al igual que Francia, Bulgaria, Holanda y este lunes, al menos durante los primeros 25 minutos de juego, Inglaterra. El problema es que entre bailongo y bailongo no se han abrochado a ninguna pareja. Ni siquiera cuando ya la tienen en la cama, piernitas hacia este y oeste, y les dice con voz a medio morir “hazme lo que quieras”. Con el paso de los años nuestra selección se ha convertido en un experto para hacer cariñitos pero impotente cuando hay que terminar la chamba. Y hasta el día de hoy no aparece el Viagra que nos haga gritar un gol con miles de círculos entre las consonantes. Porque perdón, goles tan intrascendentes y ordinarios como el que el que marcó el Guille no provocan absolutamente nada. Claro que a la hora de anotar se trata de efectividad y no de estética; si no que le pregunten a Diego, cuyo gol en el 86 contó lo mismo que el autogol más feo en una liga llanera. 

Por eso jovenazos de la selección, sepan que los millones de mexicanos que desde aquí seguiremos sus últimos partidos en Europa y la subsecuente aventura en Sudáfrica vamos a agradecer sus goles sin fijarnos en la hechura. Qué más da si los anotan con las nalgas, con la nariz, de rebote, de chiripa, en offside, con la mano, con ayuda del árbitro, con ayuda de un contrario, con ayuda de Dios. El chiste muchacheeees es anotar a como de lugar. Porque mientras la FIFA no dictamine a nuestro favor para que el equipo vencedor sea aquel que le echó más ganas, que corrió más, que tuvo más posesión de balón o que mandó más servicios sin sentido en algo que pomposamente llamamos “centros a la olla”, este juego lo gana el cuadro que más veces anota. 


¿O no, García?