POR QUÉ LE VOY A (SAN LUIS)

Por: Erik Galindo

Hace mucho tiempo el equipo de la ciudad se llamaba Atlético Potosino, o “Cachorros” que es como lo apodaban. Era un equipo modesto en el cual con muchos sacrificios se lograba juntar para la quincena de los jugadores. A veces no había suficiente lana para pagar el alumbrado del estadio “Plan de San Luis” o para tener agua caliente en los vestidores.  ero la lucha más dura siempre fue contra el descenso que en aquel entonces se daba de forma directa. No existían los porcentajes como ahora. El peor equipo bajaba, punto. Y durante muchos años, sobretodo los últimos 10 de su existencia, el Atlético Potosino siempre estaba codo a codo con los peores del país. Cuando no era el Zacatepec eran los Curtidores o el Correcaminos, todos ellos ya extintos, pero el caso es que siempre había una lucha a muerte en la parte baja de la tabla. Estamos hablando de la primera mitad de la década de los ochenta. Por entonces yo era un escuincle de secundaria y San Luis una ciudad pueblerina y mocha donde lo único que rompía mi rutina era asistir al estadio. Iba cada quince días los viernes por la noche o los domingos a mediodía, según el rival que visitara la ciudad. Y así me fui convirtiendo en fanático del San Luis. Sabía que no era un gran equipo y que lo más que había conseguido en su corta historia era calificar a un par de liguillas con Alberto Guerra como entrenador y Tomás Boy como su artífice. Sabía también que los extranjeros que aquí eran figuras como Nery Castillo (qepd) serían banca en el América o Cruz Azul de aquella época. Pero en aquellos ayeres había muy pocas referencias de otros equipos y otras ligas como para decir “carajo este equipo al que le voy es una verdadera monserga”. 


Así pues yo iba al estadio cada quince días y veía a mi Atlético Potosino ganarle al Atlante, al Puebla y al Oaxtepec y perder con América, Pumas y Chivas. Lo de siempre. Luego vino la salvación heroica de 1988 con fuegos artificiales y toda la cosa, solo para que unas semanas después nos informaran que el Atlético Potosino dejaba de existir. Me deprimí mucho. Tanto que no fui capaz de escoger ningún otro equipo. Ni aquel Puebla impresionante donde jugaban los chilenos Aravena y Poblete, o el Atlético Celaya de Butragueño, equipazo por cierto. Empecé a ver mucho futbol, el partido que fuera a la hora que fuera, y he de confesar que sentí envidia de todas esas plazas donde la gente podía ver en vivo aquello con lo que yo tenía que conformarme en la televisión. 
Por eso cuando el futbol de Primera división regresó a mi ciudad no me importó que el equipo fuera propiedad de Televisa o que hubiera negado la herencia del Atlético Potosino al llamarse Real San Luis. No me importa que no tengan la mística de los “Cachorros” o que se hayan inventado un mote tan poco futbolero como el de Gladiadores. Me da lo mismo que nuestro mayor logro haya sido perder una espantosa final contra Pachuca o que nunca pasemos de la media tabla. Podría ser peor. Como no tener equipo al cual irle. O ser oriundo de esas ciudades cuyos equipos nomás no logran subir a Primera como León, Irapuato o Veracruz.