Jorge Luis Borges nunca fue fanático de futbol. Es más, lo detestaba. Jamás, ni siquiera en medio de la vorágine que significó el Campeonato de 1978, entendió el que mucha más gente prefiriera patear una pelota a jugar al ajedrez. El papel de la selección gaucha lo tuvo siempre sin cuidado. Dentro de la inmensa biblioteca de su memoria donde lo mismo cupieron sagas escandinavas que mundos paralelos, el deporte argentino por antonomasia debe haber ocupado, si acaso, un par de hojas borrosas. En sus cuentos más argentinos habla de la pampa y del lunfardo, de los gauchos y los antiguos diques de Puerto Madero. Al futbol, sin embargo, no le dedica una sola línea. Más no por ello hay quien dude de su argentinidad. Para el país que lo vio nacer y para el resto del mundo Borges es tan argentino como el Tango y Eva Perón. Tan argentino como Sábato, Bioy Casares, Cortázar y pasando a otro campo, Diego Armando Maradona.
Si Jorge Luis Borges estuviera vivo y fuera mexicano, ¿pondríamos en duda su mexicanismo sólo porque no diera un clavo por la selección nacional? Seguramente no. Como no lo hicimos en el pasado con antifutboleros del tamaño de Diego Rivera, Siqueiros y Octavio Paz, ni en el presente con dos de los intelectuales más importantes de nuestro país: Fuentes y Monsiváis. Ninguno de ellos le ha dedicado a la Selección Nacional, a la de ahora y la que sea, un espacio que vaya más allá de la sobremesa. Ninguno ha recibido jamás una crítica al respecto. Y no tendrían porqué, ni ellos ni cualquier otra persona así sea escritor, comentarista deportivo, taxista o mesero. Porque apoyar a la selección nacional o no apoyarla, alegrarte de que gane o ponerte feliz porque pierde, no tiene nada que ver con ser un buen mexicano, entendiendo por eso de ser "buen mexicano" no la borregada de “ponerte la verde” o el folclor estúpido que consiste en escuchar mariachis y tomar tequila hasta reventar. Tampoco el darle un valor supremo a características que cualquier sociedad debe tener: “somos chambeadores, ingeniosos y ah, cómo nos gusta disfrutar a la familia”.
Ser buen mexicano comienza por ser un buen ciudadano, punto. Y va desde manejar sobrio, no porque existan alcoholímetros sino porque hacerlo en estado de ebriedad pone en peligro la vida de la gente que te rodea, hasta hacer fila donde se debe hacerla, no sobornar al policía de tránsito y pagar tus impuestos. Yo no cumplo cabalmente con los últimos dos. Ergo, no puedo presumir que soy un buen mexicano. Pero es por eso, que quede claro, y no por mi filiación hacia un equipo que más allá de todo sentimentalismo lo único que hace es enriquecer a las televisoras y distraernos como nada de cualquier tema realmente importante.
Me apasiono al ver a la Selección ganar. Me emociono cuando sale a jugar el primer partido de cada Copa del Mundo. Es más, en el Mundial pasado seguí todos sus partidos desde el lado más difícil: en las capitales de todos los países contra los que le tocó jugar (Teherán, Luanda y Lisboa). Pero si algún día me alegrara por verla perder, si en algún momento llegara a desear con todas mis fuerzas que no vaya al Mundial y que caiga con Bermuda, Kurdistán y Nepal eso no me haría ni más ni menos aficionado al futbol, ni más ni menos mexicano.
5 comentarios:
Hay excepciones. Ahí están Fontanarrosa y Galeano. Este último escribió uno de los mejores libros de futbol que he leído, EL FUTBOL A SOL Y SOMBRA. En Uruguay lo joden no tanto por sus preferencias futboleras sino por izquierdoso.
Borges era un caso especial: tenía una aversión visceral por todo lo popular o masivo, tal vez porque le recordaban las multitudinarias manifestaciones de Perón, Evita y sus descamisados. Fue su misma vena antipopular la que en un principio lo llevó a apoyar públicamente el golpe militar de 1976 y a la Junta presidida por Videla. Del fútbol llegó a decir que no entendía como se le perdonaba a Inglaterra el haber llenado el mundo de deportes violentos y estúpidos. Pero para tener una dimensión real del desprecio que Borges sentía por fútbol basta una anécdota que lo pinta de manera genial: En 1978, el mismo día y a la misma hora en que la selección argentina debutaba en la Copa, él dictó una conferencia sobre la inmortalidad. Como macabra coincidencia del destino, ese mismo día, a muy pocas cuadras, se torturaba y asesinaba a decenas de personas en la Escuela de Mecánica de La Armada...
Completamente de acuerdo con el post. En nuestro país confundimos el apoyo a la selección con el patriotismo. Es una estupidez, pues lo unico que provoca es que sucedan cosas como el ataque a la familia holandesa en el ángel de la independencia.
Eres un tipo sabio dude, ligeramente amargado, pero sabio.
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