Por: Lucas Martín del Campo
Se acercaba el
final del encuentro, las manos de Saúl sudaban debajo de los guantes de vinilo
que lo protegían de los arduos golpes. El sol pegaba de frente… justo en la
cara, las pestañas ceñidas aguardaban la orden para liberarlo de su área; sin
embargo, esta era una rotunda negación, entusiasmado desobedeció confiando en
sus instintos corriendo hacia la aventura.
Sin mirar
hacia la banca corría a pasos agigantados, la tribuna se levantaba anonadada,
mientras él cruzaba el centro del campo. Llegó hasta el área rival. Saúl era el
portero de la selección de su país natal, defendía los colores de la bandera,
su sueño había sido cumplido, jugar en el campeonato mundial. Ya era el partido
final, donde tuvo la certeza de detener un tiro de castigo desde el manchón
penal, por una falta inexistente, la algarabía aún lo invadía, y esas eran sus
fuerzas para seguir. Desde la banca el entrenador le gritaba que regresará pero
era difícil ya, el balón estaba por viajar hacia el tumulto de jugadores, esos
que esperaban la jugada final del partido, el marcador se mantenía intacto. El
silbatazo le indico al lateral derecho mandar el balón justo al centro.
Las piernas de
Saúl se tensaron con la fuerza necesaria para levantarse en todo lo alto,
logrando sobresalir de entre los defensores, incluso de sus propios compañeros,
no hubo falta alguna, ni silbatazo que detuviera la jugada, el homologo de Saúl
salió en una horrenda atajada y pasándose de largo siguió el esférico hasta
llegar a la cabeza del hombre que la golpeo con tal fuerza y dirección para
desviarlo hasta chocar con las redes blancas de la portería.
La algarabía
en la gradería era tal que los gritos de Saúl se perdían en el unísono clamor
de la masa humana, el partido finalizaba con esta la única anotación. Saúl
corría y nadie lo podía parar. Esa tarde fue la más maravillosa de su vida,
pues aparte de la anotación del triunfo, había detenido el penal que los
hubiera puesto boca abajo, sumándole a toda esta alegría en ser el primero de
su equipo en levantar la copa compuesta de oro, pues el gafete de capitán que
ceñía su brazo le daba ese privilegio y responsabilidad a la vez.
La fiesta no
pararía, y el recuerdo de lo sucedido no se perdería en la historia como un
simple gol, si no que era el gol del triunfo anotado por el jugador más inusual
para este tipo de acciones, simplemente Saúl había hecho historia.
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