Por: Emmanuel Villanueva Hau
"Jugar
al fútbol es muy sencillo, pero jugar un fútbol sencillo es la cosa más difícil
que hay."
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Johan Cruyff (entrenador holandés)
El fútbol es mi amor
imposible. Me da tanto pero me quita más, es una relación del tipo donde te
enamoras de tu captor. Así es, sin más preámbulos, el fútbol me tiene
secuestrado. ¡Oh, dulce síndrome de Estocolmo!
Mi masoquismo me hizo
amarlo hasta la piel, aunque esta se raspaba por los múltiples accidentes que
tuve al pisar un balón al momento de intentar realizar un movimiento que ni
siquiera es digno de llamarse gambeta. Si bailar con mi novia me da un trabajo
titánico, bailar con el balón me cuesta hasta poder expresarlo de lo mal que lo
hacía en estas breves letras.
En mis tardes de la
infancia, jugar las cascaritas era un duro golpe a mi autoestima, siempre era
elegido último. La cosa no cambia hasta la prepa, donde era elegido de primero
nada mas cuando algún mejor amigo era capitán de la reta en cuestión. Elegirme
sí que era una prueba muy grande de amistad.
Y en el combinado juvenil
escolar, yo era inexistente. Jugaba por sólo haber pagado el uniforme, cuando
no se completaba el equipo o en algún caso de extremada urgencia. Ah, pero eso sí, cuando
nuestro aficionado y desorbitado entrenador amateur necesitaba inspirar a los
que él dirigía por sólo mero trabajo, y no por algo llamado orgullo, me
utilizaba como ejemplo para motivar a sus muchachos a no ser un jugador como
yo. Según él que porque no me tomaba en serio el juego más hermoso del mundo.
¡Ah, que equivocado estabas, mi estimado Rich!
Todas las tardes, con unos Total
90 desgastados y comprados a meses sin intereses en una tienda departamental,
practicaba tiros en mi piscina vacía. Así es, por un breve momento y en mi imaginario,
mi piscina era la cancha del Maracaná, lugar que nunca pisare como jugador por
pasar la mayoría de mi infancia frente a un Super Nintendo (cosa que no me
arrepiento del todo). Tan sólo recordar esas tardes de preparatoriano con mi
balón en la piscina, me enchina la piel.
Como hincha he fallado de
la misma manera. Yo apoyo al equipo de la Universidad Nacional de México.
Equipo que me ha dado alegrías tras alegrías y que me engalana con sus hermosos
colores. Siempre pendiente de ellos. Sueño con Hugo, Cavinho, Campos y los
hermanos Pikolin. Los héroes que me han llevado al Olimpo de la liga mexicana. Si tanto amo a
mi equipo, ¿en dónde está mi falla? Cuando un jugador hace lo que yo nunca pude
hacer con un balón, comienzo a admirarlo, sin importarme los colores. Jugadores
como Cuauhtémoc Blanco, Oribe Peralta, Lucas Lobos, Miguel Calero, Rafa Márquez,
Ricardo Peláez y un sinfín más.
El fútbol sí que me trata
mal. El primer mundial que recuerdo es el de Francia 98, a pesar de tener tan
sólo 7 años. Fue la primera final de Copa del Mundo que vi en mi vida, y también…duele decirlo porque la herida está muy
reciente… fue la primera vez que vi a México ser eliminado de los octavos. Por
primera vez comprendí porque es tan ansiado el famoso quinto partido. Fue el
primer mundial donde viví el doloroso “ya mérito”. 16 años de mi vida y 5
mundiales. Me encanta el masoquismo.
Pero nada de eso importa
cuando el fútbol te mueve las emociones.
Nadie me puede decir lo lindo que es abrazar a un extraño lleno de felicidad
por un gol mundialista, nadie me puede quitar la dicha de sentir los colores de
una institución de mucha historia en el fútbol de México. Cantar el himno deportivo de mi club
fue lo más hermoso que la vida me ha dado, aunque tuve que viajar muchos
kilómetros para llegar a la casa de los Pumas, el equipo de mis amores. Nadie
puede decirme que no sé de felicidad de meter un gol, si celebré como todo un dios
cuando metí mi primer gol en una liga de fútbol rápido, aunque esté haya sido
de rebote con mi rodilla.
Todos los días sueño con
ser un jugador de fútbol pero, al igual que el maestro uruguayo Eduardo
Galeano, únicamente juego bien, inclusive hasta muy bien, pero sólo cuando
duermo. No importa cuantas
patadas le dé al piso en vez de al balón, nada de eso importa. Nací amando al
fútbol y moriré haciéndolo. Aunque pierda una pierna por ello. Por cierto, soy zurdo igual que
Maradona. Y no me importa perder un pie, siempre me quedará ser portero.
Y así no me tomo en serio al fútbol.
Imagínense si lo hiciera.
1 comentario:
GRAN relato, realmente me hizo sentir. Felicidades.
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