Por:
Emiliano La Pointe Pineda
Estados Unidos 94 fue el primer
mundial que viví a plenitud, tenía 12 años y estaba a punto de salir de la
primaria. Durante esa edición de la Copa del Mundo también pude ver al que,
hasta la fecha, considero como el mejor representativo azteca en dicho torneo.
Después de lo hecho en la Copa
América del 93 y de que en el país vecino se había logrado calificar en primer
lugar del llamado “grupo de la muerte” mis expectativas se dispararon por los
cielos, sólo para caer de una manera estrepitosa tras el maldito episodio de
los penales contra Bulgaria.
Un año después México competía
en la Copa América 95 y también se fracasó en la primera ronda de
eliminación directa. Pero lo realmente doloroso fue que sucedió otra vez desde
los 11 pasos, esta vez ante el conjunto norteamericano.
Para ese entonces estaba en la
secu y ya tenía bastantes problemas con mis hormonas y sentimientos como para
seguir aguantando una relación que, en muy poco tiempo, me había destrozado el
corazón sin piedad alguna en dos ocasiones. Ahí comenzó el desenamoramiento.
Tiempo después tuve la chance
de seguir por televisión mi primera Eurocopa, Inglaterra 96, donde la escuadra
teutona, que había comenzado a seguir desde la gran anotación de Klinsmann ante Corea
del Sur en el 94, se alzaría con el título gracias a un gol de oro de
Oliver Bierhoff.
A partir de ese torneo empezó
mi idilio con Alemania y justamente en la siguiente Copa del Mundo, sería el
mismo Bierhoff quien vengaría con un certero cabezazo los desaires con los que
la escuadra mexicana me había hecho sufrir años atrás.
El fútbol es un juego, y aunque
a veces alcance el nivel de arte no deja de ser “lo más importante de lo menos
importante” como dice el periodista Javier Solórzano. Por eso me
opongo rotundamente a las corrientes patrioteras que suelen confundir la apatía por el combinado
azteca con actos de traición al país.
La inmensa mayoría de nosotros
hemos elegido por voluntad propia a los clubes que apoyamos temporada tras
temporada, y a pesar de la influencia de factores como el entorno familiar, y las
buenas o malas rachas de los conjuntos, al final la pasión es la que dicta a quién se le entrega
el corazón de manera incondicional. Esa misma premisa la extiendo a nivel
selecciones, y me decidí por Alemania.
Un amigo muy cercano, casi mi
hermano, me dijo que mi apoyo a los bávaros era una apuesta segura, pero no hay
nada más errado que eso. Desde la conquista de la última Euro del siglo XX, la
selección mayor de Alemania no ha vuelto a alzarse como campeona de algún
certamen.
Al igual que muchos compatriotas,
he llorado la derrota de mi selección.
Considerando los mundiales y las Eurocopas que se han disputado entre 1998 y 2012, he
visto al conjunto de mis amores caer en finales, semis y cuartos, e incluso ya
he probado la maldita impotencia de no superar la fase de grupos. Luego, haber
abandonado a los aztecas por los teutones no me ha garantizado en lo absoluto más títulos, pero en cambio sí me ha tocado sufrir varias veces por las derrotas.
Mi corazón no está ni estará
más con México, y a pesar de la animadversión que tengo por el
producto “selección nacional”, he de confesar que cada cuatro años tengo el
sueño guajiro de que TODOS en la Femexfut empezarán a hacer las cosas bien,
desde la directiva y hasta la afición.
Me daría mucho gusto ver un día
a un equipo constante, que no esté conforme con cubrir su pinche cuota de tres
partidos y medio buenos en un mundial, que deje de “hacer sándwich” y sea capaz
de demostrar un estilo definido, personalidad y entrega en cada momento que
salga a la cancha, sin importar lo que se esté juegando o a quien tenga enfrente.
Mi identidad mundialista está
definida, sin embargo mantengo la esperanza de que algún día se aproveche el
potencial del que se dispone, redoblando esfuerzos en la profesionalización y
disminuyendo la vil comercialización.
Sólo hasta entonces la afición de
la verde podrá tener un representativo digno, diferente al que desde hace 24
años no ha sido más que un invitado seguro al mundial, que siempre se convierte
en rival incómodo para los grandes pero que jamás ha trascendido más allá de los
octavos de final.
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