26 may 2014

Una locura llamada futbol



Por: Juan Manuel Fernández

No estamos sintonizando una novela, tampoco una película dirigida por Michael Curtiz, ni mucho menos, sentados con un café a nuestro lado en una lluviosa tarde de verano mientras leemos un libro de Mario Benedetti, el cual nos subraye el amor que el ser humano es capaz de ofrecer.

Estamos hablando de una actividad más trascendente, mucho más mediática, terriblemente profana. ¡Sí, señores! estamos hablando de un simple deporte, el cual se divide en dos bandos; el de los perpetradores y abusadores y el de los que se dejan pisotear. Una pelota y 22 tipos, y otros millones más tratando de comprender qué es lo que sucede dentro del extenso rectángulo verde, teniendo en cuenta que el fin de todo es incrustar ese objeto redondo entre los tres postes rodeados de una red que se encuentra al final de la llanura.

Ahí lo tienen, hasta el momento no le ve mucha ciencia, tampoco lo creo drástico e irrefutable, pero... ¿qué es lo que hace que este deporte sea alarido por diferentes personas, en diferentes países, con diferentes doctrinas y diferentes ideas políticas, y que al final todas ellas se junten con un solo objetivo; ver como el tipo introduce la "bocha" en el larguero?

En la actual sociedad de consumo audiovisual masivo hay pocos eventos que llamen tan poderosamente la atención, que hermane a sociedades polarizadas, que unifique o distancie tanto a los seres humanos como el fenómeno representado por el fútbol.

Éste, que a la vista pareciera un juego sencillo, un vulgar deporte consistente en patear y correr detrás de ese objeto que rebota aquí y allá, se ha convertido en una práctica que, dependiendo del contacto y experiencia futbolística de cada uno, capitaliza experiencias y nos lleva (nos, porque yo me confieso e incluyo) a niveles de pasión insospechados.

Se ha dicho del fútbol que, aunque es el deporte más popular de la historia, no tienen quien escriba sobre él. El más obvio elemento de comparación es la fiesta de los toros, que ha creados en torno a sí, una deliciosa y vasta literatura a la que no son ajenos interesantes poetas, obras musicales y hasta obras pictóricas de importancia.

Parte de la explicación consiste en que la literatura taurina cuenta con Ernest Hemingway, un relatador que le dio prestigio internacional. En otra materia el fútbol está muy lejos de los toros y otros deportes. El boxeo ha tenido un Norman Mailer y el béisbol un Red Smith.

Pero el fútbol sigue esperando quien pueda descubrir ese raro misterio de éxito, que sigue perdurando conforme pasan los años. 
La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable.

A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana; bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo, sin reloj y sin juez.

El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.

Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.


Es por eso que, no creo equivocarme al recalcar que en ese rígido pero fugaz paso, el fútbol se ha emparentado mucho con la vida, hasta llegar al punto de ser uno mismo.

Y eso sin duda, es lo que le llama la atención a la gente, como es que un llano y sencillo deporte puede coincidir tanto con esos pasajes que la vida misma nos regala.

Y es que ya lo decía Jorge Luis Borges: "el fútbol es popular porque la estupidez es popular", frase que me coloca a mí como a un estúpido y al fútbol como el ilusionista que hipnotiza a gran parte del mundo incrementando la tasa de estupidez humana.

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