El 10. |
De pronto preguntan, los que no entienden, que porqué nos emociona tanto un sorteo si no se juega casi nada. Nos encandila, así les digo, porque es como un cachito de Mundial, una migaja, un poquito de ilusión este año. ¡Aún faltan seis meses!, así que permítanme ahondar en porqué tanta fantasía:
Por: Damián García
México 1986: acababa de cumplir
dos años, Géminis, y aprendí a decir «Yo». Tiraba los juguetes al piso, tenía una
noviecita con quien andaba a triciclo, me perdía en los mercados y babeaba los casetes del Atari, según cuentan
los detallados informes de mis ahora nostálgicos padres. Obviamente no vi el mundial ni me
interesó
Italia 1990: pocos recuerdos
llegan a mí de esas vacaciones antes de entrar a la primaria donde, eso sí que
lo recuerdo, la maestra de inglés me corrigió, con risa burlona y condecendiente, que «table» en el
idioma anglosajón no significa «tabla». Vieja insensible. Si me hubiera
enseñado que no jugamos la Copa del Mundo por culpa de unos «cachirules» tampoco
le hubiera entendido.
USA 1994: Un perrito carismático
llenó de loncheras y pegatinas el patio de la primaria mientras la expectación crecía. Para esos días cualquier niño cercano a entrar a la secundaria sabía quién era Jorge
Campos, si acaso no se vestía como ensalada de fosforescencia en su honor.
Zague, entonces, era un respetadísimo delantero americanista y Hugo Sánchez ya
era leyenda viva, grandísimo triunfador insoportable.
Prácticamente el Mundial ya me importaba,
por lo tanto me uní a la comitiva de mis padres (en realidad no tenía opción), que se congregó en casa de mi padrino a ver el debut contra
Noruega y comer carnitas. Íbamos perdiendo ¡Claro, los
europeos nos ganan en todo! y yo estaba correteando a mis primas en la sala
cuando el ya mencionado Luis Roberto Alves cabeceó un centro que recorrió
dramáticamente, en cámara lentísima, la línea de gol y rebotó en el arco. ¡Casi, carajo, casi! Esa repetición la
sufrí, la sufrí muy gacho. De ahí en
adelante no me he perdido un minuto de Mundial.
Ganarle a un equipo oriental aún en
pleno crecimiento económico del país parecía un sueño. Aunque ya habíamos vencido
a Bélgica y Checoslovaquia en ediciones anteriores, los adultos eran cautelosos
con los pronósticos de México contra Europa. Unos días después, en Orlando,
Luís García se volvió ídolo. Dos golazos contra Irlanda y un festejo con tanta
furia que a Del Olmo todavía le duele el hombro. ¡Sí se puede! Sí se puede. México sí puede.
El empate ante Italia y la derrota en penales contra
Bulgaria fue un «ya merito» que, a pesar del resultado, impulsó a México a soñar
en grande. Volvieron como estrellas Bernal, Aspe, Suárez, Del Olmo, Ambriz,
Perales, Hermosillo, García, Campos. Se fundó el mito del cambio de Hugo. Unos meses después el país cayó en la peor desgracia
económica de la época moderna y toda la ilusión se barrió entre las deudas pero eso
sí, todavía cuando un niño fallaba un gol en el patio del recreo, se podían escuchar los abucheos: ¡Zague, Zague!
En fin, ese año me enamoré del
mundial. ¿Y usted?
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