Por: Marco Dávila / Editor
Sucede en casi todos los procesos
mundialistas de los que tengo memoria: en algún momento de la eliminatoria la
selección mexicana toca fondo, ya sea porque perdió contra El Salvador en el
Cuscatlán, Costa Rica le vino a ganar al Estadio Azteca o peor aún- en tres partidos como local apenas obtuvo sendos empates, y compromete un lugar en la Copa del Mundo que según nosotros, y gracias a nuestra benigna
geografía, nos pertenece a perpetuidad.
Llega entonces, a la par de las
mentadas provenientes de la afición y los análisis con que la prensa intenta
explicar cómo carajos caímos en ese pozo, el partido donde no
hay margen de error y que de perderse nos dejará fuera de la fiesta
futbolística a la que cada cuatro años estamos llamados a acudir entre los primeros de la lista.
Esta vez la prueba de fuego es contra la selección
de Honduras que, con todo respeto para los catrachos, luce como un reto harto
menos difícil que los que en su momento representaron los gringos, dos veces (2001 y 2009), y
hasta aquel equipo amateur de Canadá contra el que el “Abuelo” Cruz dejó
empeñada su rodilla (y lo que le quedaba de carrera) a cambio del gol de la
victoria (1993).
Podemos anticipar, pues, que la
selección mexicana volverá a salvar su clasificación al Mundial cual héroe en
película de espías- un segundo antes de que una sierra gigantesca o algún otro
artilugio lo parta por la mitad. La otra opción era hacerlo de
acuerdo a la premisa de Ricardo Lavolpe, caminando y sin raspones. Pero por
alguna razón que no hemos logrado descifrar, en cuatro de los últimos
seis procesos mundialistas nuestro futbol ha elegido el camino rasposo.
Tanto
nos hemos acostumbrado a él, que todavía hay mucha gente que sale a festejar
al Ángel cuando México obtiene su clasificación al Mundial. Casi tanta como la que este viernes
contra Honduras y el martes contra Estados Unidos llenará bares y restaurantes en
todo el país para ver si este conjunto de jugadores mexicanos, que hasta hace
poco se conocía como “generación de oro”, está para algo más que el odioso “Sí
se puede”.
En caso contrario la
participación de México en Brasil pasará tan desapercibida como la de un extra
en escena de batalla campal. Y si para llegar hasta ahí hemos de sufrir tanto como
hasta ahora, sería más sano dejar que algún otro equipo de la región pase esa
vergüenza.
¿Cómo andas, Jamaica?
1 comentario:
Lo que siempre ha habido, es un cambio de cabeza que genera el cambio de actitud. Los jugadores del Tri siempre han carecido de la habilidad de lograrlo sin ayuda de un susto.
Así, no se ve que Chepo escarmiente. La alineación que proponen los medios sigue siendo su refrito de México en Sudáfrica 2013.
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