Por: Alcibiades Zambrano
En la actual sociedad de consumo
audiovisual masivo, hay pocos eventos que llamen tan poderosamente la atención,
que hermane a sociedades polarizadas, que unifique o distancie tanto a los
seres humanos, como el fenómeno representado por el soccer.
Este, que a la vista pareciera un
juego sencillo, un vulgar deporte consistente en patear y correr detrás de ese
objeto que rebota aquí y allá, se ha convertido en una práctica que,
dependiendo del contacto y experiencia futbolística de cada uno, capitaliza
experiencias y nos lleva, (nos, porque yo me confieso e incluyo), a niveles de
pasión insospechados.
Si bien el dinero que mueven las
grandes marcas, compañías y clubes que manejan la industria del soccer, por
momentos, pereciera hundirlo todo en el fango, no se puede reducir tan simple
juego a las malas mañas de unos cuantos que hacen y deshacen a su conveniencia:
arreglo de partidos, truculentas ventas de plazas, dueños manejan media liga,
dineros que nunca se supo de dónde llegaron, tráfico de jugadores, etc, etc;
pero no todo es vano ni vacuo.
Tantos son los que se preguntan
(sin realmente intentar comprender) qué hay realmente detrás de este deporte que
se ha convertido en muchos muuuuchos casos en una verdadera adicción, un vicio
desafortunado, "el opio del pueblo" en dosis de 90 minutos. Intentos fallidos
de responder lo indecible. Para aquellos que aún lo cuestionan sólo hay dos
opciones aparentes, 1) o nunca patearon un balón; o 2) simplemente han perdido
la capacidad de asombro.
Tal vez fue en el
llano, con los amiguitos de la infancia; tal vez algún tío, muchos años atrás,
te llevaba a ver a su equipo favorito; pudo ser una derrota y el pago de esa
mal habida apuesta; por qué no, aquel Mundial en que la escuela entera, hasta el director estaba ahí,
consiguió televisores de quién sabe dónde para seguir un juego definitivo de la
Selección Nacional; incluso por aquella gran final de tu equipo, la que no
pudiste ver, pero que buscaste desesperado en todos los restaurantes y bares de
un pueblo perdido, ajeno, aparentemente, al soccer, tu equipo y su pobre
historia.
El futbol es una pasión que se
siente, siempre marcada por la intensidad del instante. Como toda práctica
religiosa, existen los seguidores fervientes e inmolados y los detractores; los
que creen en los milagros, los que creen pero no creen, los que oran, predican
y buscan convencer, y hasta los que ya no creen pero ahí siguen. Todos los aficionados
del soccer han sido marcados por un momento epifánico que les hace regresar y
soñarlo; así también los que lo censuran, un profundo trauma cicatrizado les
provoca la denostación e intolerancia.
Y es que la experiencia del gol (Del ingl. Goal meta u objetivo; dícese,
en el fútbol y otros deportes, entrada
del balón en la portería; DRAE 2013), es tan fugaz, efímera, de tal intensidad,
que es imposible ignorar cuando se acelera el ritmo cardiaco, un leve frío que recorre
la piel, cuando crees sentir tus pupilas dilatarse al máximo; ¿por qué? porque dentro
de cada pequeño universo sentimental, un gol es total.
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