17 ene 2012

Italia 90: en busca de Carlos

Por: Carlos Miguélez Monroy (http://carlosmiguelez.wordpress.com)


Dedico esta entrada a quienes formaron parte de mi infancia, ese Unicornio Azul que nunca se pierde del todo. De forma muy especial, te la dedico a ti, Carlos, estés donde estés. Y a ti, Ernesto, que ya no estás. Pero sobre todo a ti, Eva, que sí estás.
Primero cayó el Muro de Berlín y luego se desintegró la URSS, dos años después. Está en los libros de historia, en las hemerotecas. Pero no siempre hay un iPhone o unaBlackberry a altas horas de la madrugada para comprobarlo, cuando unos tercos discuten una “nimiedad”.



He llegado a proponer apuestas, cosa que detesto, cuando alguien ha puesto en duda el orden cronológico de esos dos eventos de la historia.
“¿Cómo estás tan seguro?”, me preguntan.
Mi retina tiene aún grabadas las fotografías del álbum del Mundial de Italia 1990 que completé con la compra asidua de Helados Holanda durante dos meses, cuando era un niño de tan sólo ocho, casi nueve, años de edad.
Esta joya desaparecida entre mudanza y mudanza contenía, por selección nacional, las fotos de todos los jugadores. No sólo estaban Maradona, Baggio, Hagi, Careca o Gullit. También estaba la foto de Rinat Dasaev, el portero que, dos años antes, no pudo detener una volea de Van Basten que pasó a la historia como uno de los más bellos goles de las Eurocopas. No recuerdo el nombre de ningún otro jugador de los que acompañaban a Dasaev en el álbum, pero sí las fotos con esos peinados, los bigotes ochenteros, la camiseta roja con rombos… y la bandera roja con el emblema comunista-soviético. Por eso sé que, en 1990 había caído el Muro, pero la Unión Soviética aún no se desintegraba, aunque Gorbachev aparecía mucho en la televisión por aquella época. También estaba la selección de Yugoslavia con jugadores serbios, bosnios y croatas. De hecho, fue la que eliminó a la España de Michel y Zubizarreta, con una brillante actuación de Stojkovic.
Ese mundial lo ganó Alemania Federal. Alemania del Este no se había clasificado para el Mundial. Por eso imagino que, aunque el Muro hubiera caído pocos meses antes, no se podía integrar a las dos Alemanias en una sola selección.
Recuerdo esa final porque mi mejor amigo de la infancia, Carlos, era hijo de Ernesto, un amigo de mi padre y vecino alemán, y fueron a mi casa para ver el partido contra Argentina. Recuerdo los aspavientos de Maradona contra el árbitro, Edgardo Codesal, por señalar el penalty que transformó Andreas Brehme para la alegría de nuestros invitados.
Pocos meses después, mi padre entraba en mi habitación mientras dormía para decirme que Ernesto había muerto. Recuerdo que lloré mucho. Quizá intuía la separación irreversible de mi mejor amigo, del que sólo una vez volví a saber algo. Partieron a Alemania.
Cuando hacía parte de mis estudios universitarios en la Universidad Complutense de Madrid, mi madre me comentó que Eva, hermana de Carlos, había contactado con ella. Habían pasado tantos años que mi mejor amigo de la infancia apenas podía chapurrear algunas palabras del español cuando le llamé al número que nos proporcionó Eva, con quien mantuve cierta correspondencia por email.
El otro día pudimos retomar ese contacto que creía perdido, pues respondió a una felicitación que envié a mi familia, mis amigos y mis seres más queridos por correo electrónico. Entré en su Facebook y pude ver fotos… ¡de Carlos cuando era niño! ¡Y de Ernesto! En un momento de sensibilidad tantos recuerdos tan intensos te pueden ahogar. Me acordé del strudel de ciruelas o manzanas del rancho que preparaba Ernesto y de su acento al hablar español, de los Playmobil de Carlos, que detestaba el fútbol y se aburría cuando yo me ponía a jugar. Me acordé de Eva, de su sonrisa y de su tez morena, como las de su hermano. Todo esto me ha dado vueltas en la cabeza durante dos o tres días.
Enciendo la televisión esta noche y, en TVE1 transmiten La vida de los otrosuna película alemana sublime. Me considero poco supersticioso y dado a creer en que ciertas coincidencias tengan que tener otro tipo de explicación. Pero… ¿no será ésta una de esas señales de la vida que uno tiene que saber interpretar?
Qué mejor manera de comenzar el año que recordar los momentos felices de la infancia y a quienes han formado parte de ella. Gracias a quienes hoy me ayudan a asumir todo mi pasado para poder seguir adelante sin cargas innecesarias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cómo han pasado los años! De aquel mundial recuerdo que junto a Dasaev jugó Protasov, por ejemplo. Recuerdo a aquella simpática y sorpresiva selección de Camerún, a Schilacci en la única racha goleadora que tuvo en su vida, a la ausencia del tricolor y lo ajeno que por tal motivo nos resultó aquel mundial, a Argentina avanzando a trompicones (con las atajadas de Goicoechea) hasta tropezar dramáticamente en la final, y las lágrimas de Maradona... Recuerdo que por aquella época también me gustó Natalia, tanto que me casé con ella en una kermesse y luego no volví a saber de ella. No sé si porque iba a un colegio de monjas pero le prohibían tener novio. Al acabar aquella copa entré a la secundaria y me volví un mal estudiante para siempre. En fin, a veces los mundiales también sirven como medida y referencia cronológica para no perder la noción del tiempo en el tobogán de la vida.

JF Gutiérrez dijo...

Maravillosos, tanto el relato como el comentario de anónimo. ¿A quién no se le vienen un mar de recuerdos cuando abre el álbum de un Mundial? Para mí el Mundial de 1986 representa la época en que dejé de ser niño para convertirme en adolescente; el de Italia 90, cuando me convertí en "adulto" al cumplir 18 años; 94, mi época de universidad así como mi primer trabajo; 98 el año en que cambié de profesión; 2002 la crisis en todos los sentidos; 2006 la superviviencia y 2010 el renacer.