5 jul 2011

POR QUÉ NUNCA DEJARÉ DE IRLE A PUMAS (RESPUESTA AL TEXTO DE DANIEL KRAUZE)

Por: Rodrigo Méndez Hernández

He de confesar que no es el mero gusto de tener a Pumas en mi vida lo único que me motivó a escribir sobre ellos. Quizá la razón haya sido la lectura de un texto escrito por Daniel Krauze- Por qué dejé de irle a los Pumas, cuyo contenido me hizo  pensar que por más que quisiera dejar de apoyar a Pumas simplemente no lo lograría.

No voy a profundizar sobre ese texto, pero no me gustó su idealización del pasado (de la infancia del personaje en concreto y su posterior desencanto de Pumas por lo que vivió en el Repre...). Como historiador de profesión salido de la mismísima cantera chelera y peyotera de la Facultad de Filosofía y Letras, he aprendido que todo pasado no es más que el producto de sus circunstancias particulares. Pensar así nos conduce a una idea de la historia humana como una línea progresiva o teleológica ideada para superar un pasado asqueroso por un futuro mejor o viceversa ¡nada más absurdo!

Para que lo entiendan mejor: no porque la salsa de licuadora sea más rápida de hacer significa que sea más chida que la de molcajete. En el devenir humano no hay peor ni mejor, sino el sentido que nosotros le queramos poner.

Después de este largo y tedioso prolegómeno vayamos ahora sí al grano.

Pumas no llegó temprano en mi vida. De hecho en mi infancia yo odiaba al pambol y a los panaderos. Mi sueño no era anidar un esférico en el ángulo superior derecho donde los tlacuaches de la zona ecológica de C.U. hacen su hoyo, sino completar un pase de anotación con mi hermano en un clásico Poli-Universidad para después saltar a la NFL. Jugué en varios equipos de liga infantil y créanme que no cualquier niño estaba dispuesto a entrarle a los madrazos. Muchos eran los que desertaban e incluso nos burlábamos de ellos gritándoles al unísono: “pinches putos, váyanse a jugar pambol.”

Ahora bien, decir que fui exitoso en el futbol americano sería una mentira. No era mal jugador pero tuve la poca fortuna de estar en equipos perdedores. Esta situación fue tan desesperante que me produjo cierto desinterés por el deporte que tanto amaba… y ahí fue cuando el otro equipo de Pumas, aquel donde los suéteres coloridos de Campitos ya eran famosos, me comenzó a llamar. Empecé a ir al estadio con mi padre, que es aficionado a Pumas desde que subieron a primera división, y los nombres de sus jugadores pasaron a formar parte de mi vida. Me enamoré de los goles del “Pájaro” Domizzi y hasta me acuerdo de aquel capitán Beltrán con el número 24 que le anotó a la mierda amarilla.

Luego llegó el 2003 y a diferencia de lo que otras personas pudieran pensar, la Rebel fue un parte agüas para en mi vida. Mi padre dejó de acompañarnos al estadio, pero mi hermano y yo de repente ya éramos parte de esa locura que involucraba banderas, tirantes y sombrillas en la tribuna. Fue la etapa más dulce que haya podido vivir. Nunca formamos parte oficialmente de la barra y jamás crucé palabra con algún capo, dirigente o como le quieran llamar. Pero nadie nos jodió. Éramos simplemente dos tipos que se iban a parar en el pebetero a cantar y pasarla bien.

Por eso me extraña que alguien sea capaz de dejar de irle a Pumas de la noche a la mañana, como le sucedió a Krauze. ¿O no será que todo fue una excusa, una cobardía, como el tipo cagón que se suicida para escapar de los problemas? La afición a Pumas es la que tú quieras hacer y no al revés. Krauze dejó que una amargura le llenara la vida de sombras, provocándole desconocer a su propio equipo.

Te equivocas Krauze, y ese vínculo que tenías con Pumas era falso. Porque las familias siguen ahí; porque los niños como el que tú fuiste siguen ahí; los cacahuates siguen ahí y en realidad nada ha cambiado. En este torneo de campeonato fui a varios partidos pero ahora del lado del Palomar (Pertenezco al Pebetero pero no volveré hasta que la barra regresé a su verdadero dueño, la gente) y llevé a mi padre. Se divirtió como enano, le compramos chelas, le compramos su camisa oficial, le hicimos el día y las familias seguían ahí; hasta el don de enfrente, que celebraba su cumpleaños con su hijo, le compartió chela a mi padre y como otros miles de desconocidos más, festejó los goles de Castro y Cacho como nunca.

Yo no sé si en el futuro Pumas vaya a ganar 8 campeonatos en fila o pierda la categoría. Pero de lo que sí estoy seguro es que pase lo que pase no voy a poder enojarme con Pumas nunca, porque con ellos las alegrías siempre serán más grandes que las tristezas. Así ha sido, y así será.

Gracias... totales

3 comentarios:

Cesar dijo...

Muy atinado: puedes cambiar de esposa, de partido político o de religión, pero nunca, nunca, puedes cambiar de equipo de fútbol.

Ex Fan dijo...

Muy buena colaboración!!! Rodrigo, tienes toda la razón los colores, el nombre, el estadio, el himno, la gente, acompañan siempre a un verdadero aficionado!!

Anónimo dijo...

Daniel Krauze fue humillado por Pumas el tuvo dignidad antes que nada.