19 abr 2011

CORAZÓN...DIARIO DE UN PUMA (PARTE 2)

Aunque había comenzado en la más feliz de las bonanzas. Yo estaba entrando al segundo semestre de la maestría, tenía un trabajo en el que no hacía mucho, la neta, pero ganaba en dólares, y suficiente, más que suficiente, mínimo mil quinientos al mes de base, más comisiones y primas por proyecto, lo más que llegué a ganar fueron tres mil doscientos en un mes. Me daba la gran vida, nos dábamos la gran vida, Brisa y yo. La confirmación de que ella estaba embarazada no hacía sino aumentar mi felicidad, idealmente nos casaríamos a mediados de año, ella vendría a mediados de marzo a buscar un departamento o casa en venta, para los dos, los tres. Apenas tenía veintiún años y ya sentía que todas las cosas estaban cayendo en su lugar y no podía pedirle nada más a la vida.

El domingo veintidós de febrero de ese año, PUMAS perdía en Ciudad Universitaria con Chiapas 1-0. Resultaría su única derrota de la temporada regular en casa. Por la noche, al llamar por teléfono a casa de mi novia, su hermana me recibe con la noticia de que sus padres se la habían llevado a Estados Unidos, a una clínica de ‘planificación familiar’. Me perdí, me volví loco en ese momento, como pude, llegué hasta allá pero ya era demasiado tarde, estaba hecho, estaba muerto, lo había perdido. A propósito. Lo había desechado como basura, como estorbo.

Jamás se lo pude ni se lo podré perdonar. Me dolió en el alma perderla, pero la mujer que yo amaba jamás hubiera hecho lo que hizo. Me partí en dos, una parte de mí quería desaparecer, y la otra mitad quería desaparecerla a ella. Dos semanas. Dos semanas más duramos siendo novios hasta que no lo pude soportar más. Nos dijimos adiós para siempre.

El domingo veintinuo de marzo, PUMAS empata 2-2 en su visita a ‘La Bombonera’, un penal controvertido y el gol más hermoso que he visto en mi vida (que si la vida y el futbol fueran justos, debió contar como dos), ambos de Bruno Marioni. La semana siguiente, la economía de mi familia es sacudida por una demanda laboral de dos de nuestros ex empleados del bar. Mucho desgaste y mucho dinero y tiempo y gritos y enojos y amenazas nos costó eso. Mi madre se deprime a grado tal que me asusté, jamás la había visto así, ni siquiera cuando murió mi papá; entonces ella fue un ejemplo de fortaleza, pero ahora se le veía disminuida, y yo temí tanto por su salud.

El sábado quince de mayo, PUMAS le gana 3-2 al Monterrey en el estadio Olímpico de C.U. Un gol de algo parecido a una chilena de Bruno Marioni y el debut, con el gol del triunfo incluido de Efraín ‘el Chispa’ Velarde, PUMAS calificaba a la liguilla como segundo lugar de la tabla general. El viernes anterior, me habían avisado que en la empresa en la que trabajaba había problemas de liquidez y que nuestro pago se retrasaría unos días. Tenía ahorros, pero también tenía deudas, no me preocupé demasiado. Obviamente, ya no existía la necesidad de comprar un departamento, podía sobrevivir en el que ya estaba, que me gustaba. Después de lo que pasó con Brisa, el embarazo, el aborto y la ruptura me convertí en un oscuro autómata que trabajaba por no tener nada mejor que hacer. Las únicas dos horas de relativa felicidad y sonrisas de mis semanas eran durante los partidos de la Universidad. Se hablaba ya de la posibilidad enorme que tenían de ser campeones, sólo los Jaguares de Chiapas se erguían frente a nosotros como máximos favoritos al título.

Para el lunes, nada quedaba ya de la empresa en donde trabajaba. Se habían ido llevándose todo, incluso pertenencias personales de muchos que ahí solíamos dejar. Casi veinte trabajadores nos quedamos con un palmo de narices. Yo con deudas, sin trabajo, sin novia, sin nada. Nada más que los PUMAS.

Esa semana Brisa me buscó. Yo no quise ni contestar, en ese momento, todo el peso de lo que me había pasado, de lo que aún me seguía pasando me cayó sobre los hombros. Acababa de cumplir veintidós años y lo que parecía que iba a ser la resolución de mi vida comenzaba a convertirse en un infierno. Yo toqué fondo y PUMAS venció fácilmente al Atlas en los dos partidos de cuartos de final, los Jaguares dieron pena contra el Cruz Azul y ahora enfrentaríamos a los cementeros como los número uno.

Mi abuelo guardaba desde que yo tengo memoria una pistola cargada, dentro de un libro hueco en su vasta, vasta biblioteca. Un día me quedé solo en la casa de mis abuelos. No busqué mucho, encontré el libro hueco, saqué la pistola, vi el cartucho perfectamente útil. La tomé entre mis manos, pesaba más de lo que me imaginaba, medí la distancia, comparé la medida de la circunferencia del cañón con la medida de mi boca abierta y pensé en mi abuela. Siempre le ha gustado limpiar la biblioteca, pero dudo mucho que le hubiera gustado limpiar quitando pedazos de Luis esparcidos por tantos y tantos libros. No era del todo desagradable la idea, terminar con el dolor de una vez por todas. Nadie me culparía, y si lo hacían, no importaría de cualquier manera. Podría ver a mi papá, quizá. Para términos prácticos, él también se había suicidado, muy lentamente, envenenándose el hígado y la sangre poco a poco hasta terminar con su lucidez y con su vida. Lo mío sería mucho más rápido.

No se que hubiera pasado si no suena mi celular. Era un amigo con boletos para la semifinal en el Estadio de C.U. ‘No tengo dinero’, le dije. ‘No importa, ya los tengo, me pagas en la quincena’. ‘No tengo trabajo’, volví a repelar. ‘Ya los tengo, me los pagas cuando puedas, hombre, es la semifinal, ¡no te la puedes perder!’.

Tenía razón, no me la podía perder. Once años habían pasado de afición auriazul como para salirme por la fácil en la antesala del título. Pensé en mi mamá, en mi hermano, en mis abuelos, los únicos que en verdad me extrañarían, los que sufrirían lo indecible con mi falta. Guardé la pistola, el cargador y el cartucho en la misma posición en la que los había encontrado, puse el libro hueco en su sitio y salí.

El sol me dio en la cara y respiré vida. Una vida que apestaba sin duda, pero era mía, Dios me la había dado, mi madre me había traído aquí y yo no era nadie para irme sin despedirme.

PUMAS ganó espectacularmente la semifinal al Cruz Azul y en una final polémica y dramática, el domingo trece de junio derrotó en penales a las Chivas del Guadalajara. Por primera vez yo miraba a un capitán universitario levantar el trofeo de campeón. No tengo palabras para describir esa sensación. En agosto un nuevo título, Campeón de Campeones derrotando al Pachuca con una goliza impresionante. El trofeo Santiago Bernabeu venciendo en su casa al Real Madrid con una espectacular jugada de Israel Castro. Y de nuevo el campeonato el diecialgo de diciembre ganándole al Monterrey, allá. Bicampeones. Joaquín Beltrán se cansó de levantar trofeos y Hugo Sánchez elevado al rango de dios compartía su fortuna y su divinidad con toda la banda PUMA en el Ángel de la Independencia.

¿Yo? Me levanté, entré a trabajar a la radio la semana siguiente de la final contra Chivas y de ahí pa’l real. Tuve otras noviecillas y una de ellas me regaló prácticamente un ajuar de ropa de PUMAS, chamarras, playeras, gorras, sudaderas y demás. ¡Aaaaah, la amé!. Pero no tanto como a mis colores. Del naranja y amarillo de Jorge Campos al azul y oro de Fonseca, ‘Parejita’, Botero, Alonso, Pineda, Bernal, Lozano, Aílton, Leandro, Verón, Galindo, Iñiguez, Toledo, ‘Pikolín’, a ellos, a los que ya mencioné especialmente y a otros que se me escapan, y a Hugo, siempre a Hugo. Hugo Sánchez y a Hugo mi amigo que me invitó a la semifinal.

¡Gracias!

Pase lo que pase hoy y el domingo, por mi raza hablará el espíritu.
¡Cómo no te voy a querer!

3 comentarios:

Ex Fan dijo...

Buena historia! tormentosa pero buena

Anónimo dijo...

Tío que culebrón. Como se nota que sois mexicano...

Anónimo dijo...

suicidate ahora, irle a esos gatos ya es estar muerto en vida.