LA MALDICIÓN DE ONOFRE

Debe ser una especie de coito interrumpido a la máxima potencia. Pero en este caso no hay revista o película que lleve al afectado a un final feliz. El tiempo de recuperación, por otro lado, es mucho más extenso que el requerido para regresar a una cama destendida, la barra de la cocina o la alfombra, cada quien como lo prefiera. Encima de todo se genera un trauma psicológico, incurable con terapia de pareja o una caja de Viagra, que se expande gracias a un interminable arsenal de hubieras.

“Si tan solo mi lateral hubiera errado el pase filtrado. Si yo no hubiera levantado la mano pidiendo el balón. Si lo hubiera soltado dos segundos antes, intentado pegarle con la izquierda, frenado en seco, levantado el pié o ablandado el cuerpo cuando vi venir el golpe. Si hubiera aceptado salir a la banca. Si hubiera pedido mi cambio. Si me hubiera enfermado de una gripa que me hubiera impedido pisar esa cancha maldita…”

Demasiado pretérito para estar de ocho semanas a seis meses viendo por televisión cómo alguien más intenta llenar unos zapatos que no son suyos, y recibe un número que no le corresponde y salta a la cancha y entona con mucho cariño el himno nacional. 

Si el equipo no llega lejos la historia dirá que con el ausente todo habría sido distinto, como le sucedió a Onofre en el Mundial del 70. Si por el contrario hace un papelazo, el que pudo ser quedará olvidado para siempre como le pasó a… ¿alguien se acuerda de Pumpido en el 90?

Dentro de poco más de un mes sabremos en cuál de las dos categorías quedan Ballack, el hondureño Costly y el “Niño” Torres. Beckham, que verá el Mundial con una mascarilla de sávila para que no se le arruge la frente, por supuesto no cuenta.