A LOS COMENTARISTAS DE TELEVISA

Nunca fue fácil ser plañidera: había que ganarse el pan llorando a muertos ajenos. Y tenía que hacerse a todo pulmón ya que el pago final llegaba cuando los gemidos aumentaban la intensidad del duelo. Su trabajo consistía en el engaño recíproco pues las lágrimas falsas sólo podían surtir efecto con la complicidad y silencio de los deudos.

Si usted piensa que hoy en día ya no hay quien se gane la vida de esa manera es porque tuvo la suerte de perderse la transmisión del clásico América-Chivas. Fue simplemente penoso. Lo que antes era un oficio exclusivo de mujeres chillonas se ha transformado en una chamba de gordos histéricos y ex-futbolistas que hacen todo por describir un partido muy distinto al que estamos viendo. Lloran con frases pintorescas y análisis tácticos a un muerto al que no mucha gente extraña. Por si fuera poco los gritos comienzan una semana antes del fallecimiento, en este caso con reportajes triviales que van de los 10 mejores goles en la historia del duelo al desayuno de los jugadores la mañana del enfrentamiento.

El día del partido el llanto empeoró. Media hora antes los encargados de develarnos todos los secretos que pueden existir en un offside llenaban el tiempo aire con frases vacías, cuando no estúpidas, más las espontáneas intervenciones de una mano que habla, que ya no sabe distinguir entre el chiste inteligente y la sangronada y que se llama “Compayito”. Pero eso no fue lo peor: a partir del silbatazo inicial el “Perro” Bermúdez y compañía amalgamaron la batalla de Waterloo, el Maracanazo y el Partido del Siglo en la narración de un juego mediano que terminó un gol a cero. Los espectadores, mientras tanto, nos ahogamos otra vez en el llanto de estos nuevos plañideros por lo cual en este momento no faltará el lector que esté pensando: “pinche blog culero, el de ayer fue un juegazo ¿o qué chingado partido vieron?”

Vimos uno que Televisa llama el Super Clásico, y que al igual que muchas otras producciones de esa empresa carece de calidad y rara vez corresponde a las expectativas que genera.  Lo venden como el mejor programa del año cuando no es más que un sobrevaluado refrito. ¿Lo vamos a seguir comprando?