13 feb 2012

Vivo en Madrid y me gusta el Barça, ¿algún problema?


Por: Carlos Miguélez Monroy


No habían transcurrido ni 5 minutos de partido cuando vio por el cristal la repetición del primer gol de Osasuna contra el Barcelona. “Ya empezamos”, pensó.

Entró en el bar donde suele ver los partidos de Liga, Copa del Rey y Champions. En lugar de pagar por ver fútbol en su casa, prefería tomar unas cervezas solo o con los amigos que había hecho en el barrio y conservar ese espacio para sí mismo de vez en cuando.

Saludó a los presentes, que eran todos hombres menos una mujer, de unos 30 años, sentada en la barra.

Pidió la primera cerveza y se sentó, algo aturdido por el gol y por los gritos de esa voz femenina que no cesaba desde que pisó el bar.

“Putos catalufos, que se jodan. Pero vamos a ver. Tú eres madrileño, ¿no? Por qué apoyas a esos catalufos”, le decía a un señor de unos 60 años que se sentaba al lado de ella en la barra. El recién llegado conocía a ese señor, bien vestido, amable y que mantenía la compostura y sonreía. Había hablado con él varias veces y tenía la impresión de que se trataba de una persona educada.
 Sin embargo, empinó rápido la primera cerveza por los nervios del partido, sin hacer mucho caso. De pronto, ella se le acercó para preguntarle lo que ya sabía, si era  del Barça. Él la miró a los ojos, serio, y asintió. Ella sólo dijo: “ya”, y volvió a su sitio. A los pocos minutos cayó el segundo gol. Todo transcurrió con relativa normalidad durante lo que se acabó convirtiendo en un partidazo de fútbol.

La mujer había insistido cada equis minutos en sus impertinencias sobre los catalufos y lo malos que eran por odiar a España. Hablaba con estridencia y un lenguaje de… iba a decir verdulera, pero nunca había escuchado a una verdulera hablar ni comportarse con esa falta de educación.

Cerca ya del final, volvió a increpar al señor. “Hay que ver, de Madrid y del Barça”. Con su sonrisa, el señor le recordó que era del Atlético de Madrid y que apoyaba al Barça porque no quería que la Liga quedara sentenciada tan pronto. No conforme con esa razonable respuesta, se dirigió al que ya se había dirigido antes para preguntarle si era del Barça.
- ¿Eres de Barcelona? -, le gritó, cerca del oído. Él, con la paciencia a punto de agotársele, se contuvo de responderle ¿Y a ti qué te importa?
- ¿De Barcelona o del Barcelona?
- Del Barcelona.
- Soy del Barcelona.
- Es que no lo entiendo, si vives en Madrid…
- ¿Cuántos jugadores del Real Madrid son madrileños? -, le preguntó, ya con cierta irritación.
- No lo sé y no me importa, no me interesa el fútbol, no lo sigo desde hace años.
Prosiguió con un discurso incoherente y comenzó a recitar nombres de jugadores del Real Madrid de hace años como Mijatovic. Y añadió:
- Pero vamos, si te vas a poner así…
- No me pongo de ninguna forma. Yo estaba tranquilo aquí sentado con mi cerveza. ¿Me he metido yo contigo o con alguien más del bar? A ti te gusta el Real Madrid, estupendo, y a mí el Barcelona. Aquí vengo a ver el fútbol, no a hablar de política, y me puede gustar el equipo que me dé la gana.
- ¿Pues sabes qué te digo? El fútbol me suda los cojones -, dijo, haciendo hincapié en la última palabra y con cara de enojo. Lo repitió varias veces.
- Pues no lo parece.
- ¿Pues sabes qué? Paso de ti. Encima no te conozco de nada.
- Eso mismo estaba pensando.
Creyó que contratacaría, pero se dio por vencida y se alejó. Él se acercó con el dueño del bar, un madridista que atendía en la barra y con quien hablaba a menudo de fútbol. Se tenían aprecio. Pagó, se despidió de él y de los señores que quedaban en el bar.

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