Al final lo único que queda es el hincha, el fanático, el seguidor.
El aficionado, pues.
Los jugadores van y vienen. Hoy besan la camiseta de un equipo y mañana están siendo presentados como el nuevo refuerzo del archirrival.
Lo mismo pasa con muchos entrenadores, directores deportivos, masajistas y hasta algunos magnates a los que les da por invertir su dinero en el futbol.
Todos tienen fecha de caducidad.
Igual que el uniforme, que en esta época cambia cada seis meses.
Y cuando no es el uniforme es el escudo, y cuando no el escudo el estadio, y cuando no el estadio entonces la ciudad. Y entre tanto ir y venir de jugadores y directivos, entre tanto cambio de colores y nombres y mascotas y todo aquello que debería condenar a un equipo al olvido, hay personas que no dejan de seguir al Necaxa juegue en la división que juegue, que presumen sus camisetas de la UAG o Gallos Blancos y que no apoyan a ningún otro equipo desde que desapareció Toros Neza.
No son los dueños todopoderosos o los exjugadores ahora convertidos en comentaristas sabios.
Se trata del simple aficionado.
Es por él que todos los equipos profesionales, desde el América hasta el Zenith de San Petesburgo, tienen una razón de ser.
Y gracias a todo lo que cualquier aficionado tiene que decir, es que existe Queridos Futbolistas.
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