¿Qué? ¿2-1?

Primer síntoma de que la selección no anda bien: programaron nuestro partido de los Miércoles justo a la misma hora en que México se enfrentó a Trinidad y Tobago. No hubo correos electrónicos sugiriendo un cambio de fecha. No hubo cancelaciones. Es más, al acabar nuestro juego nadie salió corriendo a buscar una tele para ver el segundo tiempo del partido eliminatorio. Ouch. En otra época hubiera sido imposible juntar dos equipos completos para armar una cáscara a la misma hora del Tri. Pero en esta ocasión hasta los suplentes aparecieron. Total, decían los de mi equipo, ni quién quiera ver a ESTA selección.

Segundo síntoma: media hora antes del partido los bares cercanos a mi oficina lucían casi vacíos. Ni las hostess vestidas con la camisa verde ni los pizarrones donde se anunciaba “coronitas 2x1” lograban que las parejitas de trajeados-secretarias cambiaran su plan de cine-taquitos por el partido.

Tercer síntoma: el resultado. Dos uno. No mames. Dos uno con todo y la altura del DF. Con todo y el Estadio Azteca. Con todo y las miles de personas que a pesar de todo mantuvieron la fe y se lanzaron hasta el Coloso de Santa Úrsula desde Polanco, Satélite, la del Valle, Cuatitlán, la Pensil, Narvarte, San Pedro y la Doctores. Con todo y Periférico hasta la madre, con todo y metro caluroso y húmedo por la lluvia, con todo y la reventa, con todo y tener que estacionar tu coche cerca de Médica Sur y caminar toda la avenida que te lleva al Azteca con la cara pintada de verde-blanco-rojo y camisa pirata Adidas.

Dos uno. De no creerse. Tanto que durante nuestro partido cuando el portero del otro equipo le preguntó a su banca el marcador de México, los que estábamos dentro del campo pensamos que el “uno uno” que le gritaron era una broma de mal gusto.

¿Pues qué no se suponía que esta vez el Tri iba a ganar, meter muchos goles y gustar? ¿Desde cuándo un marcador 2-1 puede ser considerado una goleada?

Cuarto síntoma: la depresión. Porque en serio que resulta frustrante darnos cuenta que con Aguirre y sin Aguirre; con Hugo, Ferguson o Capello; con Nery y Sinha, Guille o Vuoso, Márquez y Salcido, Pável o Castro; con Cuau y el Conejo, es más con Maradona clonado y naturalizado México no tiene con qué ganarle a El Salvador, con qué inquietar a Estados Unidos o con qué golear a Trinidad en nuestro dizque suelo sagrado. Qué madrazo.

Quizá por eso cuando llegué a casa de mi mejor amigo en los últimos minutos del partido, el jovenazo estaba más que pedo. No lo animaba nada, ni siquiera el enésimo torneo de FIFA 09 que sus invitados organizamos en su sala de tele. Escogió a la Juventus y perdió todos sus juegos. Enseguida puso un disco de Pink Floyd y remató la reunión describiéndonos su última voluntad. Al morir quiere que todos brindemos por él con un whiskey muy acá y que a continuación tiremos sus cenizas por el escusado. Sí, por el escusado. Así de encabronado estaba. Esperemos que falten muchos años para eso y que entonces la selección no esté tan mal como ahora. De lo contrario junto con el polvo de mi querido amigo se irán muchas estampas coleccionables de futbolistas mexicanos, algunos boletos de partidos eliminatorios y dos o tres camisas del Tri.

Dos uno. Qué poca madre…