3 may 2009

La 12
















Toda la semana ha hecho calor en Buenos Aires menos la noche del Jueves. Ese día el Otoño austral mostró que con un poco de viento puede convertirse en el equivalente a nuestro más crudo invierno. Pero jugaba Boca y el amigo de un amigo de una persona que nos atendió en nuestro viaje consiguió un par de boletos. Así pues recorrimos la ciudad paralizada por una marcha populista y llegamos justo a tiempo para encontrar un par de plateas vacías. Porque la Bombonera estaba prácticamente llena. Qué más da que el rival fuera un tal Deportivo Táchira de Venezuela y que los xeneizes ya calificados no se estuvieran jugando nada. Las tribunas se apretaban buscando en la aglomeración el calor que la noche nos había negado. Se apretaban con gente de todas las edades, de todos los niveles socioeconómicos. Boca, queda bien claro, es una ideología que no tiene nada que ver con la cuenta de cheques. Afuera queda el empleo mal pagado, la casa cerca de Lanús o la membresía del Country Club. Adentro todos, absolutamente todos, son bosteros. Y cantan, y se abrazan, y nos hacen sentir a los centenares de turistas bobos que brincamos y fingimos seguir la letra de canciones que no conocemos como asistentes a una gran reunión de familia donde todos se conocen, todos se han visto crecer y todos se protegen.

A mi derecha cuatro mujeres de unos sesenta años, dulces abuelitas regordetas, se olvidan por un momento de sus nietos y cantan con ternura “puta gallina, no tenés aguante y las finales las mirás por TV”. Frente a mi un hombre de unos 50 años no se cansa de recorrer antiguas alineaciones que sus hijos memorizan como si se tratara de una clase de Historia. Y a la izquierda, tras la portería de la Casa Amarilla, la más importante barra bostera, “La 12”, despliega una enorme bandera que cubre toda la tribuna y muestra la siguiente sentencia: Como no somos los únicos, decidimos ser los mejores.

Y vaya que lo son. No hace falta ir a otras canchas para quedarte con la impresión de que si los has visto, has visto todo. Son profesionales, no hay discusión. Pero aman a su equipo con un sentimiento tan histérico que harían lo que hacen sin cobrar un solo peso. Empujan al equipo y lo contienen, como si fueran un medio de contención incansable, de esos que luchan, que no dejan de correr, que no meten los goles ni dan los pases largos pero son indispensables para que el equipo funcione como reloj. En la cancha Martín Palermo celebra su gol 200 con un impresionante remate de chilena y “La 12” le rinde homenaje sin robarle por un segundo lo que es suyo.

Salimos del estadio rodeados por las barras de boca. Poco a poco se fueron perdiendo por las calles oscuras y en lo que encontrábamos un taxi que nos llevara de nuevo a Palermo nos quedamos solos en una esquina. Los tambores se fueron desdibujando a lo lejos y dejaron en su lugar un silencio de tumba. Frío, es cierto, pero no tan lúgubre como el que el día de hoy llenó las tribunas desnudas de nuestra liga mexicana.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, que impacto, aunque el partido no fue el mejor, lo que se vive ahí es de lo mejor que he vivido en un estadio.

Colín Marco dijo...

muy bueno, tocayo. alguna vez fui también a la bombonera. ahora que vuelvas y que se acabe de ir la influenza vamos a comer para hablar de futbol, de escribir y de la vida. abrazos.