Caminaba por Moscú un tal Voland, personaje siniestro como el que más, y las palabras que describían los aullidos de una audiencia enardecida se convertían en las porras monótonas, planas, grises de una afición ahogada por los 32 grados de la antigua Extremadura. También se infiltraron los pases errados y el exceso de faltas fingidas, de modo que tuve que cerrar el libro. ¿Qué siguió? Pues nada, un pequeño doblez en la esquina inferior de la página 56, una cerveza medio caliente y el partido ocupando toda la pantalla. A verlo, ni modo. Tal vez mejore, pensé inocentemente. Pero claro, mi optimismo se desbarató al primer centro a la olla. Ay Dios, mira cómo los jugadores hacen un esfuerzo monumental por aburrir. Mira cómo te hacen dudar y preguntarte, aunque sea por un segundo, “carajo ¿cómo es que nunca me dio por el Béisbol?”.
Mientras tanto esos que viven de narrar lo que no sucede, merolicos que te venden un juego de tercera como si fuera el ungüento contra el cáncer, gritan y gritan en cada jugada, celebran la pasión desmesurada de no sé qué diablos. ¿Estarán narcotizados? Si no, ¿cómo consiguen mantener los ojos abiertos frente al fraude que promueven? Monterrey – San Luis, coño. Monterrey-rayados-la pandilla contra San Luis, tuneros hace tiempo, gladiadores ahora, ambos con más anuncios en sus uniformes que el tramo de Periférico entre Naucalpan y Plaza Satélite. Los dos parcos, malos, decepcionantes.
Al menos cayó un gol, y con él quise consolarme. Pero no. Ni siquiera uno igual al de Maradona contra los ingleses hubiera compensado mi Sábado soleado. Sábado con un montón de gente en la calle, menos yo.
Tú qué, Behemoth.

1 comentario:
¿Estabas leyendo "El Maestro y Margarita"? Con razón acabaste viendo un juego así.
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