Cuando el mismo día se juegan un partido de cuartos de final de la UEFA Champions League y la semifinal de la Concachampions, lo único que se me ocurre es: ¿Por qué no mejor le cambiamos de nombre a lo que practicamos por acá? Porque sencillamente es otro deporte.
¿Por qué no le hacemos justicia a su apodo de tantos años y acabamos por llamarlo oficialmente “Panbol”? O lo que tanto nos gusta a los mexicanos: Sometamos a votación el nombre y premiemos al creativo ganador. Solamente de esta manera dejarían de existir las comparaciones entre dos niveles de juego infinitamente distintos. Dejaríamos de criticar a los dueños, directivos y jugadores pensando: “así lo jugamos nosotros, ¿y qué?”
Este no sería motivo para sentirnos denigrados, entristecernos ni ponernos nostálgicos, veámosle el lado positivo, por ejemplo pensemos que en el medio tiempo y al finalizar los partidos podríamos ver estadísticas como: Número de balonazos a la olla, Faltas cometidas vs Faltas Fingidas, Total de minutos en los que no pasó absolutamente nada, Casi goles, Osos, etc. Así nos presionaríamos menos, veríamos los partidos con un “approach” distinto, seríamos más felices pensando en que aquello que practican en el antiguo continente es otra cosa que aún no comprendemos y a la que por el momento no podemos aspirar. Porque el problema no es una cuestión física o genética (aunque sí tenga que ver la preparación física), es una cuestión de mentalidad, de concentración, de compromiso, de dignidad y de respeto tanto al espectáculo como al aficionado.
Aquí un lateral que desborda por la banda cree que cumple su cometido si logra sacar el centro, si no hay alguien para rematarlo en el área, no es su problema.
Aquí un delantero cree que tiene una mejor oportunidad de gol tirándose en el área ante el más mínimo contacto con el defensa que luchando por alcanzar el balón.
Aquí un mediocampista piensa que el cambio de ritmo es detener por completo el avance.
Aquí un comentarista cree que las emociones del partido deberán ser inversamente proporcionales a los decibeles de sus alaridos.
Por eso digo…
Es otra cosa. Mejor cambiémosle de nombre y ya está. Todos contentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario