El problema es cuando miramos los diversos blogs y foros de discusión
de Hispanoamérica (uno de ellos la página de Facebook de este honorable blog),
donde las opiniones son muy diversas aunque hay una clara división entre sus
defensores y aquellos aficionados que no ven en él más que un petardo digno de
la banca de cualquier equipo, o pronto objetivo del América, Tigres o Monterrey,
típicos repatriadores de nuestros paisanos que se aventuran a dar el salto de fe.
Su servidor no gusta de estar en ningún bando, más bien
prefiere esperar partido a partido y ver todo de forma global para emitir un
juicio, lo cual es lo más sano porque de esta forma se tiene objetividad, cosa
que escasea entre los “conocedores” del futbol mexicano y sus productos. Y ese
juicio global me dice que Javier no es malo, tampoco es excelente, simplemente
es un jugador que rebasa la calidad media que tiene el típico jugador exportado
a Europa, un elemento al que, cuando se le otorga confianza y minutos, te rinde
de manera satisfactoria.
Aún así, esto no es lo más importante de todo. Lo importante
es que desde que Javier fue anunciado como refuerzo del Manchester United, ha
mostrado una actitud ganadora que pocos jugadores mexicanos habían mostrado
antes, y ese fue el parteaguas para que hubiese un cambio de mentalidad
definitivo en el producto de exportación que hemos dado al mundo en los últimos
años, cambio que comenzó con la llegada de Menotti y que se quedó estancado
durante mucho tiempo.
Lo que ésto nos reditúa es que el jugador mexicano de hoy,
ese joven que se anima a querer medirse ante y con los mejores, no va a probar
suerte, va a mejorarla, va a someterse a un proceso de crecimiento convencido
de que tarde o temprano se obtendrán resultados basados en el trabajo duro y
el constante esfuerzo, y si no ahí están Diego Reyes y Carlitos, que aunque nos
guste o no, se ha consolidado en un solo lugar donde se le quiere y respeta,
aunque sus decisiones no nos convenzan.
Ojalá que así de exigentes como lo somos con aquellos que se
esfuerzan para regalarnos 90 minutos de entretenimiento pudiésemos serlo con
nosotros mismos, bajo las mismas cantidades de presión y trabajo. Tal vez
seriamos una potencia en cualquier aspecto, no solo en mentar madres al primer
resultado.
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